Capella de Ministrers
Carles Magraner
Capella de Ministrers
Carles Magraner
Lluis Vich Vocalis
Sibila. Milagros, reliquias y profecías
Viernes, 21 julio 2023.
22:30 Puerta de los Apóstoles de la Arciprestal de Santa María. Concierto a la luz de las velas.
Información
Èlia Casanova, voz
Carles Magraner, violas
Robert Cases, arpa, viola de péñola, laúd
Silke G.Schulze, flautas, chirimías
Eduard Navarro, cornamusa, chirimías
Elies Hernandis, añafil, sacabuche
Jordi Giménez, añafil, sacabuche
Pau Ballester, percusiones, címbalos
Lluis Vich Vocalis
Tenores: Vicente Abril, Ricardo Sanjuan, Jesús Navarro, Jesús Ruiz de Cenzano, Natxo de Lekerika
Bajos: José Luis Vicente, Natxo Martí, Josema Bustamente, Ximo Martí
La Sibila es el único personaje de la Antigüedad que ha encontrado un hueco en la liturgia cristiana, y ello gracias al prestigio de que gozaron sus vaticinios desde la Grecia preclásica hasta tiempos del Imperio romano. Algunos fueron recogidos por escrito dando lugar a una serie de libros denominados Oracula sibyllina, en uno de los cuales, de origen cristiano, aparecen ciertos versos que se atribuyen a la sibila Eritrea –una de las muchas que hubo– referentes a la segunda venida de Cristo en el Juicio final. Los mismos versos aparecen curiosamente incorporados a un sermón Contra iudaeos, paganos et arianos por largo tiempo atribuido a San Agustín, en el que se aducen de una forma un tanto teatral los testimonios proféticos sobre la venida del Mesías, empezando por el del profeta Isaías y acabando con el de la Sibila.
Debió ser a principios del siglo IX cuando el sermón del Pseudo Agustín pasó a formar parte de la liturgia, pero en cualquier caso desde mediados del siglo XII hay noticia de que en la capilla pontificia el sermón, con los versos sibilinos cantados, formaba parte del oficio de Maitines de la Navidad. No mucho después debieron de escucharse en la sede oscense, aunque para ello hubo que esperar a la reconquista de la ciudad por Pedro I de Aragón en 1096 y la introducción allí del rito franco-romano, en sustitución del viejo rito hispano. El Archivo capitular de la catedral de Huesca atesora cuatro manuscritos que copian con música los versos escatológicos de la Sibila, uno de ellos un Leccionario de probable origen francés (Códice 3), como otros que circularon por la Península ibérica para facilitar el cambio de rito. La disposición de la copia indica claramente la forma de interpretarlos: precedidos de una llamada de atención –Audite quid dixerit (Oíd lo que dijo)–, sigue el estribillo –Iudicii signum: tellus sudore madescet (La señal del Juicio: la Tierra se empapará de sudor)– y a continuación trece coplas de dos versos cada una que alternan con él.
Excepciones aparte, la costumbre de interpretar los versos del Iudicii signum, en latín o traducidos, perduró aquí y allá hasta que en 1568 se impuso un nuevo breviario en toda la Iglesia occidental, que no incluía el sermón al que siempre estuvieron ligados. Otras costumbres perduraron durante un periodo mucho más breve de tiempo, entre ellas la celebración de la Fiesta de las santas reliquias que tuvo lugar en la capilla real de Aragón en tiempos de Martín I el Humano (1396-1410).
Martín fue un rey especialmente piadoso uno de cuyos afanes fue el de acumular reliquias. Cualquier ocasión era buena para enriquecer su colección, y así por ejemplo aprovechó su estancia en la ciudad de Zaragoza con motivo de su coronación para hacerse con el supuesto Santo Grial, en
posesión del monasterio de San Juan de la Peña, y llevárselo a su palacio de la Aljafería.
Entre las muchas reliquias sacras en haber de la casa real Aragón, las de San Jorge, protector de las huestes aragonesas, ocuparon siempre un lugar especial. Había entre ellas un trozo de su mano y otro del brazo, que adquirían especial significado durante la celebración de los oficios dedicados al santo en el día de su festividad. A ellos pertenece la prosa Gaude plebs angelica, que versa sobre el valor militar del santo, gracias a cuya intervención milagrosa Huesca, Valencia y Mallorca se vieron libres de la ocupación sarracena.
No menos milagrosa se cuenta que fue la intervención de Santa María de Salas en los asuntos humanos, la Virgen a la que el rey Alfonso el Sabio más cantigas dedicó, diecisiete en total. Frente a la solemnidad de los cantos litúrgicos en latín, constituyen una muestra de la piedad popular en forma de breves pero intensas joyas musicales a la vez que literarias, parte de ese rico patrimonio que hemos heredado del pasado.
Maricarmen Gómez Muntané